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Alexia Tala
La intimidad del lugar y la inmensidad del espacio (y viceversa)… La inmensidad del lugar y la intimidad del espacio.

​La primera vez que me enfrenté a una obra de Fernanda Valadares, quedé en silencio, contemplando ese espacio arquitectónico interior que irradiaba quietud. Pensé en las horas que debe haber pasado acumulando, capa tras capa, la cera pigmentada en la técnica de encáustica, un proceso que demanda paciencia y tiempo. Cada capa se funde con la anterior mediante calor, adquiriendo peso, textura y profundidad. Justo al lado de esa obra, descubrí otra, un espacio exterior vacío: una línea de horizonte y, a lo lejos, un cerro que rompía esta linea. En ese momento, mi memoria me llevó al desierto de Atacama, mi tierra y a la sensación recurrente que tengo cuando estoy allá. Me surgió entonces la pregunta: ¿qué hace que la intimidad de la arquitectura y la inmensidad del paisaje se encuentren? ¿Es posible encontrar intimidad en la inmensidad?

La obra de Fernanda explora la paradoja entre inmensidad e intimidad, un vínculo que se manifiesta en la experiencia humana al habitar tanto espacios exteriores vastos como entornos personales e íntimos. Aquí, la lectura de Gastón Bachelard en La poética del espacio ofrece una clave para comprender esta conexión. En el capítulo "Inmensidades íntimas", Bachelard propone que lo infinito y lo íntimo no se oponen, sino que se entrelazan poéticamente en nuestra experiencia subjetiva. Las pinturas destacan esta interrelación invitando al espectador a percibir la inmensidad desde una perspectiva introspectiva, y a encontrar ecos íntimos en espacios abiertos.

Sus obras representan dos polos: arquitecturas vacías —construidas por el hombre— y volúmenes naturales como cerros y montañas, que sugieren horizontes distantes obstruídos. En la serie Fronteiras (2023- en proceso), la artista juega con el concepto de geopoética explorando los límites entre geografía y poesía. 

Por otrol lado, los títulos de sus obras son de extrema importancia para ella, que a veces siente tener un espiritu “mas de escritora que de artista” según me comentó. Estos títulos nos entregan pistas que revelan su poética creativa, y dejan ver cómo reflexiona sobre la relación entre el ser humano en relación al espacio, el lugar, el silencio y el cosmos. En 2022, Fernanda tituló una exhibición "El sonido que el silencio esconde", sugiriendo que incluso el desierto, con su apariencia vacía e inerte, tiene su propio sonido. Sus títulos no son meras descripciones; más bien, actúan como umbrales hacia significados más profundos, subrayando esa tensión entre lo visible y lo que permanece oculto. Algunas de sus obras llevan títulos que refuerzan estas inquietudes: Espejismo maio, Espejismo setembro, 23º32'47"S 46º39'2"W, Outeiros, Isolamentos, Carceri, Subverso, Chiama e A Beira do Vazio entre otros. Estos nombres evocan no solo lugares y paisajes, sino también estados emocionales y psicológicos que invitan a quien observa a una contemplación pausada, a detenerse en lo que podría pasar desapercibido en la inmediatez de la vida contemporánea.

Un aspecto relevante de la obra de Fernanda se encuentra en sus series donde explora los límites entre reclusión y libertad. En la serie Outeiros (2024), se enfoca en cerros y accidentes geográficos que funcionan como obstáculos naturales, separando territorios e imponiendo aislamiento. Los paisajes que pinta, como el Monte Roraima o Corvo Branco, adquieren una cualidad escultórica, reflejando cómo la naturaleza modela sus propios volúmenes, silenciosamente al paso del tiempo y sin la intervención humana. Estos cerros actuan como barreras, invitan a una experiencia de descubrimiento, en palabras de la artista: “al subirlos, el paisaje del otro lado se revela, rompiendo la sensación de reclusión que la propia geografía había impuesto”. Esta fascinación que ella tiene por la noción de plano y obstáculo en el paisaje conecta con su interés por las tensiones entre lo visible y lo oculto, sugiriendo que la reclusión no es únicamente un fenómeno impuesto por estructuras humanas, sino que puede ser también un efecto de la configuración geográfica.

En la serie Isolamentos (2024), Valadares trabaja con islas carcelarias —lugares que en algún momento cumplieron la función de aislamiento forzado, pero que hoy en día han sido convertidos en destinos turísticos, como Robben Island en Sudáfrica donde estuvo el gran defensor de la paz Nelson Mandela recluso por 18 años, de alguna manera la artista parece sugerir que el espacio puede transformarse en lugar a través de los cambios de contexto y función. Islas como Georges Island en Canadá, Goli Otok en la antigua Yugoslavia, Christmas Island en Australia, entre otras se presentan no solo como geografías específicas, sino como metáforas de la condición humana: territorios ambiguos donde no solo se encuentran las tensiones entre confinamiento y libertad, sino también entre memoria histórica y olvido. Esta exploración de las “islas-prisión” refleja, además, un interés en la geopoética, ya que el paisaje insular invita a pensar en términos de frontera y desplazamiento, tanto físico como emocional. 

Complementando lo anterior, la serie Carceri (2023-2024) se compone de pinturas de interiores de cárceles en desuso, algunas visitadas por Fernanda y otras cuyas imágenes encuentra en internet. Los espacios abandonados que reproduce se presentan como arquitecturas vacías, resonando con el silencio de otras obras suyas, pero aquí la melancolía se mezcla con una sensación de historia latente. Estas cárceles deshabitadas, que alguna vez encerraron cuerpos,  pensamientos y experiencias extremas ahora se presentan como espacios fantasmagóricos, como lugares donde el tiempo parece haberse detenido. La paleta monocromática refuerza el vacío espacial, gatillando en el espectador la reflexión sobre el olvido y la agitación emocional que esos espacios algun dia albergaron. 

Las arquitecturas sin presencia humana, me conducen a conectarlas por oposición con la obra de Edward Hopper, cuyas pinturas también exploran espacios interiores silenciosos, poblados por figuras solitarias en estados melancólicos. Sin embargo, mientras Hopper incluye la figura humana, en las obras de Fernanda el vacío es absoluto. El silencio en sus obras no solo evoca una ausencia física, sino también una invitación a que el espectador proyecte sus propios estados emocionales. De esta manera, las habitaciones y escaleras de la artista no son meramente arquitectónicas, sino que se convierten en lugares emocionales, donde la experiencia subjetiva cobra protagonismo.

Desde el fantástico pensamiento de Yi-Fu Tuan, geógrafo y teórico de la geografía humanística, la distinción entre espacio y lugar ofrece un marco valioso para interpretar estas obras. Para Tuan, el espacio es abstracto y abierto, mientras que el lugar adquiere significado a través de la experiencia humana. En este sentido, los cerros, los horizontes y los interiores en las pinturas de Valadares funcionan como espacios que esperan convertirse en lugares a través de la proyección subjetiva de quien observa. La serie Espejismos (2022-2024) refleja este juego entre realidad y percepción, donde lo que vemos es tan solo una ilusión que encubre el vacío.

Sin duda esta producción artística invita al espectador a experimentar la intimidad y la inmensidad como estados complementarios. En sus paisajes abiertos, encontramos la posibilidad de una introspección profunda, mientras que en sus espacios arquitectónicos desprovistos de humanidad, la soledad se convierte en una forma de inmensidad interior. Así, la paradoja entre intimidad e inmensidad se resuelve en la sensación interna del espectador, que deposita en cada obra sus propios recuerdos, emociones y estados mentales.

El título propuesto para este texto —"La intimidad del lugar y la inmensidad del espacio (y viceversa)…"— captura la dualidad que atraviesa toda la obra de Valadares. Sus pinturas muestran que la inmensidad no pertenece únicamente a los horizontes lejanos; también se manifiesta en los rincones más íntimos del espacio cotidiano. Del mismo modo, la intimidad no se limita a lo privado o lo pequeño, sino que puede desplegarse como un paisaje emocional infinito. Como espectadores, depositamos nuestra experiencia en estos espacios, conectando lo íntimo con lo infinito, descubriendo que la inmensidad también habita nuestra interioridad y que lo íntimo puede expandirse ante nosotros como un horizonte sin fin. Las obras de Valadares, al igual que las reflexiones de Bachelard y Tuan, nos recuerdan que el mundo que habitamos no es solo una realidad externa, sino también una construcción poética de la experiencia que se fija en la mente, anclajes que ofrecen forma y contorno en el vasto y, a veces, abrumador paisaje de la existencia.

A intimidade do lugar e a imensidão do espaço (e vice-versa) ... A imensidão do lugar e a intimidade do espaço.

Por Alexia Tala

 

A primeira vez que me deparei com uma obra de Fernanda Valadares, fiquei em silêncio, contemplando aquele espaço arquitetônico interior que irradiava quietude. Pensei nas horas que ela deve ter passado acumulando, camada por camada, a cera pigmentada na técnica de encáustica, um processo que demanda paciência e tempo. Cada camada se funde com a anterior através do calor, adquirindo peso, textura e profundidade. Logo ao lado dessa obra, descobri outra: um espaço exterior vazio, uma linha do horizonte e, ao longe, uma montanha que rompia essa linha. Naquele momento, minha memória me levou ao deserto do Atacama, minha terra, e à sensação recorrente que sinto quando estou lá. Surgiu então a pergunta: o que faz com que a intimidade da arquitetura e a imensidão da paisagem se encontrem? É possível encontrar intimidade na imensidão?

 

A obra de Fernanda explora o paradoxo entre imensidão e intimidade, um vínculo que se manifesta na experiência humana ao habitar tanto espaços exteriores vastos quanto ambientes pessoais e íntimos. Aqui, a leitura de Gaston Bachelard em A Poética do Espaço oferece uma chave para compreender essa conexão. No capítulo "Imensidades Íntimas", Bachelard propõe que o infinito e o íntimo não são opostos, mas se entrelaçam poeticamente na nossa experiência subjetiva. As pinturas destacam essa inter-relação ao convidar o espectador a perceber a imensidão desde uma perspectiva introspectiva e encontrar ecos íntimos em espaços abertos.

 

Suas obras representam dois polos: arquiteturas vazias — construídas pelo homem — e volumes naturais, como colinas e montanhas, que sugerem horizontes distantes obstruídos. Na série Fronteiras (2023 - em processo), a artista brinca com o conceito de geopoética, explorando os limites entre geografia e poesia. 

 

Por outro lado, os títulos de suas obras são extremamente importantes para ela, que às vezes sente que tem um espírito “mais de escritora do que de artista”, como ela me disse. Esses títulos fornecem pistas que revelam sua poética criativa e mostram como reflete sobre a relação entre o ser humano e o espaço, o lugar, o silêncio e o cosmos. Em 2022, Fernanda intitulou uma exposição O som que o silêncio esconde, sugerindo que mesmo o deserto, com sua aparência vazia e inerte, tem seu próprio som. Seus títulos não são meras descrições, mas atuam como portais para significados mais profundos, sublinhando a tensão entre o visível e o oculto. Algumas de suas obras levam títulos que reforçam essas inquietações: Espejismo maio, Espejismo setembro, 23º32'47"S 46º39'2"W, Outeiro, Isolamentos, Carceri, Subverso, Chiama e A Beira do Vazio, entre outros. Esses nomes evocam não apenas lugares e paisagens, mas também estados emocionais e psicológicos que convidam o espectador a uma contemplação lenta, a se debruçar sobre o que pode passar despercebido no imediatismo da vida contemporânea.

Um aspecto relevante do trabalho de Fernanda é encontrado em suas séries em que ela explora os limites entre a reclusão e a liberdade. Na série Outeiros ( 2024), ela se concentra em morros e características geográficas que funcionam como obstáculos naturais, separando territórios e impondo isolamento. As paisagens que ela pinta, como o Monte Roraima ou o Corvo Branco, adquirem uma qualidade escultural, refletindo como a natureza molda seus próprios volumes, silenciosamente com o passar do tempo e sem a intervenção humana. Essas colinas funcionam como barreiras, convidando a uma experiência de descoberta, nas palavras da artista: “ao escalá-los, a paisagem do outro lado se revela, quebrando a sensação de reclusão que a própria geografia havia imposto”. Essa fascinação pela noção de plano e obstáculo no espaço conecta-se com seu interesse pelas tensões entre o visível e o oculto, sugerindo que a reclusão não é apenas um fenômeno imposto por estruturas humanas, mas também pode ser um efeito da configuração geográfica.

Na série Isolamentos (2024), Valadares trabalha com ilhas-prisão — lugares que em algum momento serviram para isolamento forçado, mas que hoje se transformaram em destinos turísticos, como Robben Island, na África do Sul, onde Nelson Mandela esteve preso por 18 anos. De certa forma, a artista sugere que o espaço pode transformar-se em lugar por meio de mudanças de contexto e função. Ilhas como Georges Island no Canadá, Goli Otok na antiga Iugoslávia, e Christmas Island na Austrália, são apresentadas não apenas como geografias específicas, mas como metáforas da condição humana: territórios ambíguos, onde se encontram tensões entre confinamento e liberdade, memória histórica e esquecimento. Essa exploração das “ilhas-prisão” reflete também um interesse pela geopoética, já que a paisagem insular convida a pensar em termos de fronteira e deslocamento, tanto físico quanto emocional.

 

Complementando o acima exposto, a série Carceri (2023-2024) consiste em pinturas de interiores de prisões desativadas, algumas das quais Fernanda visitou e outras das quais encontrou imagens na Internet. Os espaços abandonados que ela reproduz são apresentados como arquiteturas vazias, ecoando o silêncio de suas outras obras, mas aqui a melancolia é misturada com um senso de história latente. Essas prisões desabitadas, que um dia encerraram corpos e experiências extremas, agora aparecem como espaços fantasmagóricos, onde o tempo parece ter parado. A paleta monocromática reforça o vazio do espaço, fazendo com que o espectador reflita sobre o esquecimento e o tumulto emocional que esses lugares já abrigaram.

 

As arquiteturas sem presença humana me levam a conectá-las por oposição ao trabalho de Edward Hopper, cujas pinturas também exploram espaços interiores silenciosos, povoados por figuras solitárias em estados melancólicos. No entanto, enquanto Hopper inclui a figura humana, nas obras de Fernanda o vazio é absoluto. O silêncio não evoca apenas uma ausência física, mas também uma oportunidade para que o espectador projete seus próprios estados emocionais.

 

Com base no fantástico pensamento de Yi-Fu Tuan, geógrafo e teórico da geografia humanística, a distinção entre espaço e lugar oferece uma estrutura valiosa para a interpretação dessas obras. Para Tuan, o espaço é abstrato e aberto, enquanto o lugar adquire significado através da experiência humana. Nesse sentido, os montes, os horizontes e os interiores nas pinturas de Valadares funcionam como espaços que aguardam se transformar em lugares por meio da projeção subjetiva de quem os observa. A série Espejismos (2022-2024) reflete esse jogo entre realidade e percepção, onde o que vemos é apenas uma ilusão que encobre o vazio.

 

Sem dúvida, essa produção artística convida o espectador a experimentar a intimidade e a imensidão como estados complementares. Em suas paisagens abertas, encontramos a possibilidade de uma introspecção profunda, enquanto em seus espaços arquitetônicos desprovidos de humanidade, a solidão se converte em uma forma de imensidão interior. Assim, o paradoxo entre intimidade e imensidão se resolve na sensação interna do espectador, que deposita em cada obra suas próprias memórias, emoções e estados mentais.

 

O título proposto para este texto — "A intimidade do lugar e a imensidão do espaço (e vice-versa) ..." — captura a dualidade que permeia toda a obra de Valadares. Suas pinturas mostram que a imensidão não pertence apenas aos horizontes distantes, mas também se manifesta nos cantos mais íntimos do espaço cotidiano. Da mesma forma, a intimidade não se restringe ao que é privado ou pequeno, mas pode se desdobrar como uma paisagem emocional infinita. Como espectadores, depositamos nossa experiência nesses espaços, conectando o íntimo com o infinito, descobrindo que a imensidão também habita nossa interioridade e que o íntimo pode se expandir diante de nós como um horizonte sem fim. As obras de Valadares, assim como as reflexões de Bachelard e Tuan, nos lembram que o mundo que habitamos não é apenas uma realidade externa, mas também uma construção poética da experiência que se fixa na mente, ancorando forma e contorno no vasto e, às vezes, avassalador cenário da existência.

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